ADIVINA ADIVINA. ?Quien soy?
Eran las cinco de la tarde…
Son las cinco de la tarde…
Serán las cinco de la tarde por tantos y tantos días de
confinamiento.
Hasta primeros de mayo ha anunciado el Chief Minister de
nuestras tierras.
De mañana limpiezas extraordinarias de libros y baúles
invernales atenuadas con un cafelito bien prieto y la sorpresita de turno. A las
once, la odiada cocina por aquello de que tenemos que mantener las fuerzas para
poder seguir haciendo planes. A las dos pesebre amenizado por mi ración
cotidiana de catástrofes en las televisiones internacionales, que pareciera que
se espían unas a otras: la DW (alemana), la TV5 (francesa), la RT (rusa) y la
Aljazira de Qatar que tantas noticias da de todos los países menos del suyo.
Y ahora la lógica consecuencia del trabajo masticatorio:
fregado y disposición para la próxima batalla. Variado y creativo el trabajo
del “ama de casa”. Sí.
Son las cuatro. Me siento y me conecto a la TV5 para
adormilarme exhausta de ese trekking por los Alpes o los Himalayas o el sur de
Chile. Estos documentales son de los mejores en su género, la Naturaleza en
todo su esplendor.
¡Ay! Son ya las cinco de la tarde…
Cick click, le doy al calentador de agua eso que estamos
a 36 grados a la sombra. Dicen los Ayurvédicos que en verano hay que lavarse
con agua caliente para sentir el fresquito después…
Y bien “arreglada” que diría mi santa madre, preparada
para hacer ejercicio, me subo los cinco pisos a toda marcha hasta la terraza no
sin haber antes verificado si llevo mis llaves, que hace unos días casi me
encuentro tirada en la pura calle.
Nuestra terraza de azulejos blancos resplandece con los últimos
rayos de sol. Le saludo, le hago una reverencia, y espero a que su disco
incandescente desaparezca por detrás de la pagoda del templo de la calle
Mission. Los cuervos dan pases por encima de mi cabeza, pero cuando quiero
sacarles una foto a toda una bandada en la barandilla de enfrente, se echan a
volar dejándome con un palmo de narices. Hoy me fijo que algunos tienen la
cabecita redondeada y graznan suavecito. Pocas urracas vienen por aquí, al árbol
gigante de al lado. Alguna se encarama en el depósito de agua balanceando su
cola, expectante, es el territorio de los corbachos, que no perdonan intrusos.
Bandadas de loros grises surcan los cielos chirriando
hacia los bosques de Auroville. Nueve, cinco, trece, a veces uno retrasado.
Camino a paso de marchas forzadas hasta que me llegan los
compases del cambio de guardia en la Dirección General de Policía impulsados
por la brisa marina. Es hora de empezar mi sesión de ejercicios hasta las
siete, ya oscurecido.
Solo un día ha aparecido un “ulu”, un mochuelo, que desapareció
en las sombras y me hizo recordar a mi Samu de cuando yo era seguidora de
Konrad Lorenz y sus teorías.
Termino “la tabla”. Y ahora ¿qué? Pues cantar y bailar
que eso anima, levanta el espíritu, fortalece los pulmones y acrecienta el
ritmo y el equilibrio.
#@*&^, hasta me encuentro cantando a voz en cuello “Montanas
nevadas, banderas al viento” de nuestros cursillos obligatorios en la Sección
Femenina de la época.
“Se va el caimán, se va el caimán, repito. Se va para
Barranquilla… La mujer es un jardín…” Y así suma y sigue haciendo jiribillas.
Hoy me toca el vals y casi me desnuco dando vueltas
temerarias en brazos de mis adoradores.
¡Soñar!
FOTOS: Cortesía de GOOGLE