jueves, 16 de abril de 2020

A LAS CINCO DE LA TARDE: terraceo Eran las cinco de la tarde… Son las cinco de la tarde… Serán las cinco de la tarde por tantos y tantos días de confinamiento. Hasta primeros de mayo ha anunciado el Chief Minister de nuestras tierras. De mañana limpiezas extraordinarias de libros y baúles invernales atenuadas con un cafelito bien prieto y la sorpresita de turno. A las once, la odiada cocina por aquello de que tenemos que mantener las fuerzas para poder seguir haciendo planes. A las dos pesebre amenizado por mi ración cotidiana de catástrofes en las televisiones internacionales, que pareciera que se espían unas a otras: la DW (alemana), la TV5 (francesa), la RT (rusa) y la Aljazira de Qatar que tantas noticias da de todos los países menos del suyo. Y ahora la lógica consecuencia del trabajo masticatorio: fregado y disposición para la próxima batalla. Variado y creativo el trabajo del “ama de casa”. Sí. Son las cuatro. Me siento y me conecto a la TV5 para adormilarme exhausta de ese trekking por los Alpes o los Himalayas o el sur de Chile. Estos documentales son de los mejores en su género, la Naturaleza en todo su esplendor. ¡Ay! Son ya las cinco de la tarde… Cick click, le doy al calentador de agua eso que estamos a 36 grados a la sombra. Dicen los Ayurvédicos que en verano hay que lavarse con agua caliente para sentir el fresquito después… Y bien “arreglada” que diría mi santa madre, preparada para hacer ejercicio, me subo los cinco pisos a toda marcha hasta la terraza no sin haber antes verificado si llevo mis llaves, que hace unos días casi me encuentro tirada en la pura calle. Nuestra terraza de azulejos blancos resplandece con los últimos rayos de sol. Le saludo, le hago una reverencia, y espero a que su disco incandescente desaparezca por detrás de la pagoda del templo de la calle Mission. Los cuervos dan pases por encima de mi cabeza, pero cuando quiero sacarles una foto a toda una bandada en la barandilla de enfrente, se echan a volar dejándome con un palmo de narices. Hoy me fijo que algunos tienen la cabecita redondeada y graznan suavecito. Pocas urracas vienen por aquí, al árbol gigante de al lado. Alguna se encarama en el depósito de agua balanceando su cola, expectante, es el territorio de los corbachos, que no perdonan intrusos. Bandadas de loros grises surcan los cielos chirriando hacia los bosques de Auroville. Nueve, cinco, trece, a veces uno retrasado. Camino a paso de marchas forzadas hasta que me llegan los compases del cambio de guardia en la Dirección General de Policía impulsados por la brisa marina. Es hora de empezar mi sesión de ejercicios hasta las siete, ya oscurecido. Solo un día ha aparecido un “ulu”, un mochuelo, que desapareció en las sombras y me hizo recordar a mi Samu de cuando yo era seguidora de Konrad Lorenz y sus teorías. Termino “la tabla”. Y ahora ¿qué? Pues cantar y bailar que eso anima, levanta el espíritu, fortalece los pulmones y acrecienta el ritmo y el equilibrio. #@*&^, hasta me encuentro cantando a voz en cuello “Montanas nevadas, banderas al viento” de nuestros cursillos obligatorios en la Sección Femenina de la época. “Se va el caimán, se va el caimán, repito. Se va para Barranquilla… La mujer es un jardín…” Y así suma y sigue haciendo jiribillas. Hoy me toca el vals y casi me desnuco dando vueltas temerarias en brazos de mis adoradores. ¡Soñar!












ADIVINA ADIVINA. ?Quien soy?


Eran las cinco de la tarde…
Son las cinco de la tarde…
Serán las cinco de la tarde por tantos y tantos días de confinamiento.
Hasta primeros de mayo ha anunciado el Chief Minister de nuestras  tierras.
De mañana limpiezas extraordinarias de libros y baúles invernales atenuadas con un cafelito bien prieto y la sorpresita de turno. A las once, la odiada cocina por aquello de que tenemos que mantener las fuerzas para poder seguir haciendo planes. A las dos pesebre amenizado por mi ración cotidiana de catástrofes en las televisiones internacionales, que pareciera que se espían unas a otras: la DW (alemana), la TV5 (francesa), la RT (rusa) y la Aljazira de Qatar que tantas noticias da de todos los países menos del suyo.
Y ahora la lógica consecuencia del trabajo masticatorio: fregado y disposición para la próxima batalla. Variado y creativo el trabajo del “ama de casa”. Sí.
Son las cuatro. Me siento y me conecto a la TV5 para adormilarme exhausta de ese trekking por los Alpes o los Himalayas o el sur de Chile. Estos documentales son de los mejores en su género, la Naturaleza en todo su esplendor.
¡Ay! Son ya las cinco de la tarde…
Cick click, le doy al calentador de agua eso que estamos a 36 grados a la sombra. Dicen los Ayurvédicos que en verano hay que lavarse con agua caliente para sentir el fresquito después…
Y bien “arreglada” que diría mi santa madre, preparada para hacer ejercicio, me subo los cinco pisos a toda marcha hasta la terraza no sin haber antes verificado si llevo mis llaves, que hace unos días casi me encuentro tirada en la pura calle.
Nuestra terraza de azulejos blancos resplandece con los últimos rayos de sol. Le saludo, le hago una reverencia, y espero a que su disco incandescente desaparezca por detrás de la pagoda del templo de la calle Mission. Los cuervos dan pases por encima de mi cabeza, pero cuando quiero sacarles una foto a toda una bandada en la barandilla de enfrente, se echan a volar dejándome con un palmo de narices. Hoy me fijo que algunos tienen la cabecita redondeada y graznan suavecito. Pocas urracas vienen por aquí, al árbol gigante de al lado. Alguna se encarama en el depósito de agua balanceando su cola, expectante, es el territorio de los corbachos, que no perdonan intrusos.
Bandadas de loros grises surcan los cielos chirriando hacia los bosques de Auroville. Nueve, cinco, trece, a veces uno retrasado.
Camino a paso de marchas forzadas hasta que me llegan los compases del cambio de guardia en la Dirección General de Policía impulsados por la brisa marina. Es hora de empezar mi sesión de ejercicios hasta las siete, ya oscurecido.
Solo un día ha aparecido un “ulu”, un mochuelo, que desapareció en las sombras y me hizo recordar a mi Samu de cuando yo era seguidora de Konrad Lorenz y sus teorías.
Termino “la tabla”. Y ahora ¿qué? Pues cantar y bailar que eso anima, levanta el espíritu, fortalece los pulmones y acrecienta el ritmo y el equilibrio.
#@*&^, hasta me encuentro cantando a voz en cuello “Montanas nevadas, banderas al viento” de nuestros cursillos obligatorios en la Sección Femenina de la época.
“Se va el caimán, se va el caimán, repito. Se va para Barranquilla… La mujer es un jardín…” Y así suma y sigue haciendo jiribillas.
Hoy me toca el vals y casi me desnuco dando vueltas temerarias en brazos de mis adoradores.
¡Soñar!

FOTOS: Cortesía de GOOGLE