viernes, 30 de agosto de 2019

DE BEIJING A PINGYAO: VELOCIDAD Y AGUITA CALIENTE





















           




¡Me moría por llegar a Pingyao!
“Mejor sería salir mañana y dejar tres o cuatro días a la vuelta para terminar toda la lista que me había preparado de Beijing.” La estación del tren (West) no está lejos en metro y me lanzaré a comprar el billete para el tren rápido  (G/D) que en cuatro horas me dejara en la estación nueva, lejos, fuera de las murallas.
¡Me río yo de la estación de Delhi! Esto es un mundo de puertas gentes maletas bultos, muchos sentados en el suelo esperando la hora de entrar abanicados por la escobas de los/las barrenderos a la caza del papel, de superjovenes a la ultima.
Por fin llego al pabellón de la venta de billetes. Solo chinos, pacientes a la cola, que ni siquiera protestan por mis intentos fallidos de hacerme entender. Finalmente aparece la “funcionaria” experta en inglés y lidiar con estos turistas ignorantes y prepotentes. Nada de descuentos a los seniors aquí, punto.
Mañana a la una de la tarde.
Esto es un tragadero de gente imparable. Paso los controles, busco la sala de espera correspondiente a mi billete (eso lo aprendo después de dar dos vueltas a ese inmenso hangar), espero, van llegando más grupos de jóvenes con maletones multicolores que van colocando bien dispuestos para la salida. Ríen, charlan, sacan paquetes de chucherías que se pasan en una danza de hermandad, nadie grita, nadie se empuja, nadie pone los pies en los asientos, nadie se sienta en el suelo. Aquí, la alegría juvenil no es desmadre. Pienso, acordándome de las tías despatarradas en la plataforma de la estación de autobuses de Lerma (España) auscultando su teléfono.
Faltan 10 minutos, abren la cancela, control automático y todo el mundo disparado ordenadamente a su plataforma y zona correspondiente a su clase de billete.
¡Sorprendente! El tren aparece y se para justo en el sitio marcado. Subo, coloco mis bártulos y  descubro un vagón confortable, decorado con gusto sobrio, con baños prácticos e impolutos (uno para minusválidos) y una fuentecita dispensadora  de la indispensable agua caliente que nos habría de ayudar tanto en el viaje. Todo el personal de servicio son mujeres. Mujeres jóvenes uniformadas limpiando, vendiendo comidas, bebidas y recuerdos de la zona. El controlador, hombre. La jefa de la sección, una AGRACIADA mujer de mando.
“Algo le ha debido de pasar al viajero de la primera fila, hace casi media hora que no sale del baño y…”  Se pone la chaqueta galonada, llama con la llave maestra dos veces, espera y abre la puerta de par en par. El amante del retrete sale a escape cabeza entre los hombros.

¿Mis vecinos? una jovencita etérea ensimismada en su pantalla que emitía de vez en cuando grititos gozosos. Una pareja adoraba a su hijo pequeño. Un funcionario/manager tableteado  daba los últimos toques a su trabajo.
A la hora, todo el personal se pone en marcha masticatoria. Cada cual con sus fideos ahogados en la fuentecita, sus provisiones de boca, hasta uno que comía una especie de pollo asado rezumante  con un guante de plástico (luego constataría que era una práctica bastante común).
Yo, mis castañas cocidas a lo chino, bocadillo de mi bodega y lichis que es la temporada y están buenísimos. Agüita caliente para mi sobre de capuchino. ¡Qué remedio!
Llegamos a la hora prevista, emerjo de entre la inmensa nube de turistas chinos, bajo a la calle y me dispongo a contactar a la dueña de mi INN (posada) que decía que hablaban inglés… espantando a los bienaventurados choferes y facilitadores con mi experiencia rajastani (entiéndase maleteando como un tanque oruga).
Una chica joven, moderna, ligeramente achinada se presenta como la hija de la dueña “usted ha llamado y yo vengo a recogerle con mi coche, espere” “He aprendido ingles en internet para poder ayudar en nuestra Inn con los turistas, pero estoy todavía estudiando, si tiene algún problema, este es mi teléfono.” Y nos deja a la puerta de su posada. Está en la calle de la muralla, es una casa estilo tradicional, pero de un solo patio adornada con farolillos y plantas.




Parece que sea la hora de la siesta, desértico, así es que decido llamar a todas las puertas del patio y ver qué pasa. Finalmente un hombre joven se asoma por un resquicio de lo que tiene pinta de almacén y me asegura que en un momento me atenderá y que me calme.
Sale, llama a la puerta del fondo y consigue extraer del maremágnum a la que resultó ser la dueña, madre de nuestra chofera (¡). Mujer ella de la cuarentena, flaca como un clavo, de semblante y voz agradablemente enérgica. Vestida a la supermoda y taconeando como un rayo controló la reserva, me ubicó en mi habitación y desapareció en su maremágnum del fondo que luego comprendería que fungía de dormitorio, salón, oficina y caja fuerte, amén de otros usos indescriptibles.
La habitación en el primer piso no es muy grande y la ocupa casi entera un KANG (plataforma de ladrillos que puede calentarse en invierno) recubierto con un futon y cojines multicolores de un rojo clavel.
El baño, minúsculamente chic, alicatado negro dorado, se convertía en horno por el vapor y el calor de la caldera, que sin embargo era de suma utilidad a la hora de secar la colada.
Ya casi anochecido salgo a la búsqueda de una tienda para reponer mi despensa y un restaurante para comer algo caliente no fideado y alguna hoja y hierba en ensalada rociado con una cervecita china de origen aleman, TSINGTAO, (no la SNOW medio muerta) que es casi tan barata, 3 yuans=o,32 US$, como el agua embotellada.


Buceando entre las sombras me aprovisiono en una especie de tienda zaguán ennegrecido y me restauro en casa de un tipo entretenido con la televisión que me echa un plato único de la casa a estas horas entiendo por las malas maneras de fideos con una salsa de dudoso color y textura afelpada. ¿Quién es aquí el santo que protege de los envenenamientos? Confió en que la cerveza cerrada y bien cerrada mate los microbios.
Peleo por la cuenta astronómica hasta que se cansa y se rinde.
Encuentro mi camino gracias a los destellos, es un decir, de la lucecita del colmado.
Esa noche dormiría en el KANG, mullidito el futon, con un edredón como momia para protegerme del aire acondicionado.
Mañana descubriría las hordas turísticas bien cerquita.

FOTOS: Cortesía de GOOGLE

miércoles, 14 de agosto de 2019

UNO DE TANTOS “MUROS” : LA GRAN MURALLA CHINA









Desde la antigüedad, atacar atacar atacar… y si el enemigo nos “acosa” sin piedad (real, imaginario o inventado para mayor provecho), medidas disuasorias, como dicen: más armas, más ejércitos, más trabas burocráticas, más muros.
Murallas en las ciudades, muro en Israel, muro de Adriano, megamuro en Marruecos, en Arabia Saudí, en Bagdad, en Egipto. Ucrania erigirá un muro de 2000 km para protegerse de los rusos y la América de Trump sueña con un muro que les libre de los hispanos migratorios. Hasta la India lleva ya el 70 % de sus 4100 km de frontera con Bangladesh “fortificados” sin mucho provecho.



¡Y cuál es el coste de esa megalomanía?
Entre 1 y 10 millones de USA$ por cada media milla, a lo cual habría que sumar el costosísimo mantenimiento.
¡Como si eso pudiera detener al “enemigo” instrumento del Destino!
Y aquí estoy, mi primer día en China, para enfrentarme a ese sueño desaforado de los emperadores chinos, consumidor de vidas (cuentan un millón de muertos) y riquezas sin fin pero que no pudo contener la furia de los ejércitos mongoles.


Esta GRAN MURALLA CHINA que atrae a 10 millones de visitantes al año, PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD y fuente inagotable de recursos y orgullo nacional, está constituida por muros  levantados en diferentes épocas: estados independientes en China (771-476 a C), guerras  por la supremacía  (475-221 a C), primer imperio chino con Qin Shi Huang (221-206 a C) que conectó los muros ya existentes para defenderse de los nómadas de Asia Central.
Las dinastías subsiguientes construyeron o restauraron  zonas con mayor o menor éxito hasta que en 1644 QING MANCHU entró con sus tropas por SHANHAI PASS, evidentemente con la ayuda de un traidor.
A partir de entonces los muros protectores fueron substituidos por campañas militares y diplomacia.
Menos mal que ya me lo había “aprendido”, porque  no entiendo nada de la catarata de informaciones de nuestra guía, en inglés, dice.
Llegamos tras hora y media de ruta pronto por la mañana, que hay que llegar los primeros  para evitar las aglomeraciones, que no es como BADALING, pero siempre hay miles de personas. Y llegamos. Parking del bus en la zona reservada y conducción del rebaño al “Museo del marfil”, que no es un negocio (primera pseudo verdad), por supuesto, que no perdemos tiempo, que es solamente mientras yo voy a comprar las entradas. Allí van como corderitos, yo me quedo charlando con un ingeniero de Hong Kong que ha venido con su familia a ver la tierra madre.
Vuelve de las taquillas, me mira de reojo torvamente y nos conduce a un microbús que nos facilitara la subida hasta casi la entrada del cable car (teleférico) que es aconsejable tomar para evitar sofocantes subidas hasta la muralla disponer de más tiempo de disfrute  y llegar a tiempo para la comida en el restaurante señalado que esta en el pueblo. Todo esto sin casi respirar, excepción hecha de una profunda inspiración para indicar el precio del cable 120 yuans no incluido, clarísimo, en el paquete.
Ahí tengo que claudicar con mis coautobuseros. En un santiamén el teleférico última generación nos deposita en ZHENG GUAN TERRACE, Torre 4 donde la cancerbero nos da las últimas instrucciones para no perdernos y se da la vuelta que eso de subir escaleras no entra en sus obligaciones.
Es la primera vez que vemos este cielo azul resplandeciente, la muralla va apareciendo de entre la espesa vegetación esmeralda, de castaños y melocotoneros. Las montañas se alzan guardianes de esta reliquia de tiempos imperiales.
Esta zona de MUTIANYU ha sido restaurada varias veces, la ultima en 1982-86 con gran acierto y son 2km y medio de muros de granito de 4/5 m de ancho por 7/8 de alto, con 22 torres vigía.
Es impresionante ver como familias con niños pequeños se lanzan escaleras arriba sin una protesta y como alzan y trasiegan a ancianos e impedidos para que también puedan participar de esta maravilla nacional.
No queda mucho tiempo así es que esta vez no podré llegar hasta la última torre, ni mucho menos participar en el MARATON GREAT WALL. ¡Jajaja! Os invito.





Nada de TOBOGAN, ni bajadita de las 4000 escaleras, el cable car nos deposita en la cola del microbús y llegamos a tiempo al no comer del restaurante de marras. Unos cuantos cuencos de verduras y fideos y un pescado, supuestamente trucha, para todo el grupo, dando vueltas en la mesa giratoria bajo la mirada escéptica de los comensales potenciales.
Abandonamos con alegría ese santuario de Domine Cabra para dirigirnos de vuelta a Beijing pasando por mis ansiadas TUMBAS IMPERIALES.
Declaradas Patrimonio de la Humanidad en el año 2003, en estas tumbas de la dinastía MING reposan varios  emperadores, emperatrices, esposas y concubinas en mausoleos erigidos de acuerdo a las reglas del FENG SHUI O GEOMANCIA. La emperatriz QIAN (1426)  consorte del emperador ZHENGTONG MING llegó a ser emperatriz dowager (regente) por ser viuda del emperador ZHENGTONG MING y “madre” del nuevo heredero, que en realidad era hijo de su esposo y una hermana de ella. Juntas gobernaron y compartieron honores.



Ha llegado el momento del desenlace, debemos darnos prisa para ser recibidos en el “palacio del foot massage”. Unos masajistas especializados trataran nuestros pies con una cremas especiales que harán desaparecer el cansancio de de esta dura escalada y nos devolverá la energía y la alegría de vivir…
Sí, en realidad es como un palacio en una colina, profusamente iluminado. Cómo en un spa de siete estrellas, me digo para mis adentros, podría ser gratis el tratamiento. Ya hay otros autobuses esperando el milagro.
Nos recibe una joven enfermera y nos deja bien sentados en un salón, barreño de agua a los pies para propiciar el pediluvio. Al rato aparece un ejército de masajistas que con una crema mágica nos amasan los pies, retuercen los dedos y barrenan los puntos de acupresura. El mío es un oso que casi me deja coja para toda la vida y debo reprimirme para no darle una patada en los dientes.
Ahora entra en acción la jefa del cotarro, una supuesta (¡) doctora especialista que nos recomienda una serie de productos milagrosos de la casa y desencantada ante el frio recibimiento nos conmina a regalar que no pagar (tratamiento es gratis) 10 yuans de propina a los técnicos del masaje.
Salimos como gato escaldado y con la sensación de haber sido engañados como chinos, esta vez por los chinos mismos.

Llegamos ya de noche a Andeli y menos mal que todavía estaba la camioneta que vendía piñas peladas en la esquina del metro.
 Dulce consolación hasta mañana libre de empeños.

FOTOS: Cortesia de GOOGLE 



domingo, 4 de agosto de 2019

DE COMO SE FUE A LA CHINA, QUE NO A LA CONCHINCHINA



Hacía años que seguía la pista de “lo chino”… que si “sonar a chino”, que “trabajar como un chino”, que si “barrio chino de Barcelona”, que si “sudar tinta china”, que si “estar chinado”, que si “tortura china”, “a lo chino”, “papel de china” y, más recientemente “chinorri/chinaco”, “fumar un chino” y hasta “dárselo al chino del ordenador”. 
 Así es que “naranjas de la China”, nada de Cochinchina que dirían los franceses napoleónicos. Solo tú, China, que para eso no dejan de mentarte por aquí cada día y hasta tuvimos el honor de convivir con un sabio chino experto en religiones, que para mi desgracia volvió a Beijing en los años 60.
“Lo chino”, lo exótico, lo lejano, con todo lo que eso implica de desconocimiento y de ignorancia sobre todo, al que se puede achacar cualquier cosa, pues nadie podrá negarlo con fundamento.

 Decido entrar por Beijing y ver con mis ojos.
Primera experiencia: Control policial y aduanero exprés, contra todo pronóstico;  cambio no abusivo en el aeropuerto y facilidad para comprar un SIM chino para mi teléfono, caso de tener que llamar al youth hostel de mis amores, que una nunca sabe…
Ayyay! Esto sí que “me suena a chino”, de verdad. No hay forma de entenderse con el empleado del metro para comprar una tarjeta de transporte y cargarla con 50 yuans ( que yuanes no me gusta). Finalmente, un jovencito se compadece y me señala una pegatina, en inglés, del modus operandi: precio de la tarjeta (reembolsable), carga y precio del tren del aeropuerto al centro y metro ordinario…
El empleado tenía razón, 50 yuans no será suficiente esta primera vez. ¡Burra desconfiada!
Siento como me crecen orejas de burro ( se dice así, no?).




Ahora la flamante línea 8 para mi hostel con un cambio mortuorio despeñándome por las escaleras (luego descubriría el ascensor salvaseniors) y  salida a la noche en esta zona residencial y desierta. Esta vez el ángel es una mujer que parece conocer el recoveco donde se sitúa mi cama.
¡Paga paga paga ahora cash! Es lo único que aprendió esta sílfide con maneras de dragón. ¡Tarjeta noooo! Repite cual disco rayado. 




"Naranjas de la China". Entonces, mañana y le dejo en depósito-garantía los 100 dólares que había de cambiar para no dar con mis huesos en la calle. Muerta, muda, por fin, ella con el verde.
Y más muerta, de muerte súbita me quedo yo cuando descubro que todo lo que promete la plataforma (no china) y sus fotos, no guarda ningún parecido con la realidad. ¿Sería aquello antes de la revolución cultural?


 Hago amago de rellenar mi botella de agua en una fuentecica custodiada por mosquitos dragón que no tigre. Sera que tengo que pagar “cash cash”, me digo para mis adentros superficiales por lo rápido de la reacción. ¡Noooo! Hot hot, hot water, tea… this…y menea una caja de lo que parece ser sopa de fideos disecada.

  ¡Vaaale! E intento aplacarla con la manita saltarina al estilo indio. Volveré. Con que no puedo coger agua con la botella de plástico…volveré con un vaso, con una jarra. ¿OK?
Y enfilo el pasillo, las ruedas enloquecidas de tanta escalera se niegan a seguir adelante y mi espalda me manda punzantes mensajes de huelga inminente.
Debe ser por la mañana cuando abro los ojos al compas de un himno coreado por cientos de voces infantiles a voz en cuello. Luego sabría que el paredón que cerraba el minúsculo patio correspondía a una escuela pública y que cada mañanita tendría el honor de despertarme “al alba” con sus compases patrióticos.
¿Vasos? Visita a la sílfide-dragón trasmutada en jovencito marchoso por aquello de la noche y sus peligros. Procedo a la operación desayuno continental, por el momento, de entre mis provisiones, que aquí la cafetería, el salón, zonas comunes digamos han desaparecido como por encanto.




Cuando salgo mi amiga ya ha vuelto de los brazos de Morfeo con sonrisa dolarificada y armada de un teléfono con la app de traducción para entendernos. ¿Sera el poder mágico de los dólares gringos? Tras duras batallas con el “chino del ordenador”(en este caso real), consigo enterarme del camino al banco más cercano, no ATM (cajero para entendernos).
Es pronto por la mañana, acaban de abrir, es un nuevo banco “privado”, los empleados están dispuestos en dos filas en la puerta saludando con reverencia a su primer cliente: yooooooooooo
Ahora viene el ceremonial que habría de endilgar cada vez que apareciera por el Bank of China: formularios por doquier, foto en ventanilla, revisión de los papeles, mas revisión por experto, control del billete manual y maquinal (¡), firma y recuento de yuans (no me gusta “yuanes”). Todo con cara de palo, que para eso son funcionarios de la revolución.

Decido no volver al hostel y hacerle sufrir un poco a la sílfide-dragón, con la esperanza de que no me saque las cosas a la calle.
Sera hoy día de “aclimatación”, de ver por donde sopla el viento en la Oficina de Turismo de Beijing, en la plaza Tianmen, que allí, al menos, un empleado debonair habla inglés. ¡Y tanto! Con su labia consigue venderme un tour a la Gran Muralla en Mutianyu, todo incluido…a mí que tengo alergia a los grupos.

Pienso que fue el efecto del himno patrio mañanero y la profusión de banderas y sloganes “morales” en las paredes de la agencia. “Te engañaron como a un chino”. Eso fue lo que pensé a la vuelta riéndome a carcajadas ante los ojos atónitos de nuestra bien letrada guía oficial que bien pareciera que se había tragado un cronometro.
MUTIANYU. De mañanita, a la hora 6h40’, bus perfecto, ya la guía había puesto el disco en marcha, no pararía de hablar en todo el viaje.
Pero, ¡venga! Luego lo cuento, que esto se hace muy largo. Que yo…con las palabras…me embalo.

FOTOS: Cortesia de GOOGLE